febrero 25, 2012

HOY:ALEJANDRO ROZITCHNER -ESCRITOR Y FILOSOFO ARGENTINO


Qué quiere decir ser ateo

Para empezar, ser ateo no quiere decir no creer en dios. Un ateo no se define en relación con los religiosos, sino en función de su propia visión del mundo, que no requiere caer en la respuesta burda “dios” o “poder superior” para responder las cuestiones fundamentales del sentido. Y ser ateo no quiere decir tampoco sentir a la existencia vacía: esa es la representación que un creyente hace del ateísmo porque para él, si no hay dios, entonces esta realidad carece de sentido y de orden. Para el ateo el sentido no viene dado por ninguna realidad trascendente ni por ninguna existencia inmaterial y superior. La existencia tiene sentido de por sí, y en verdad tiene un sentido superior al de nuestras fuerzas. La vida es perfecta como es: avasallante, feroz, increíble, sensacional, compleja, desbordante, exhuberante, maravillosa, incomprensible. Que no pueda comprenderse no quiere decir que haya que apelar a dios, hay que entender y aceptar que la vida no es un fenómeno para comprender sino para experimentar, es plena en sí misma y no va a dar a ninguna parte. Tras la muerte, nada.
Aquí es cuando los religiosos dicen: ¿entonces no hay nada más, es sólo esto la vida, este pasar y perderse, todo esto para nada? Y donde un ateo debe responder: ¿qué, te parece poco, querías más, te hace falta más? Claro que es dura la certeza de que vamos a morir, pero eso no lo hace menos cierto. Podemos mentirnos, hacernos los que dudamos, decir “nadie sabe qué hay más allá”, pero creo que hoy en día, en el nivel de conocimiento que hemos alcanzado esta respuesta es siempre fingida y resulta poco creíble.
Y dos cosas más: los creyentes creen que sin religión no hay valores. Pues se equivocan, pretenden adueñarse de los valores como si estos no pudieran surgir de donde surgen realmente, de perspectivas humanas consensuadas a veces y a veces no. El valor no tiene origen divino y trascendente, es humano y problemático, como todo, y no está mal que así sea. La otra cosa: hoy en día hay muchos ateos que no saben o no aceptan que lo son. Muchas personas siguen con la tradición religiosa porque no quieren bancarse la dificultad de confrontar consigo mismos y con los demás, pero no creen realmente en dios. ¿Quiere decir que no creen en nada? El creyente suele decirle al ateo: bueno, no creés en dios pero creerás en algo, en vos, en la naturaleza, en algo más grande… El ateo debe responder: en la frase “yo creo en dios”, la parte clave no es “dios”, la parte clave es el “yo creo”. Los ateos no creemos, no tenemos la estructura de la fe para encontrar el sentido de la vida. El sentido está en nuestra sensibilidad misma, en nuestro deseo, en nuestro cuerpo, a cuyo refinamiento sensual le corresponde el nombre de espiritualidad sin que haya que recurrir a ninguna inmaterialidad innecesaria. Y no por eso somos inmorales o poco constructivos socialmente, tal vez justo lo contrario. Respeto a los creyentes, pero trato de que se respete a los ateos, cosa que no sucede del todo. Hay creyentes que me tocan el timbre para hablarme de dios, ¿podría yo, ateo, salir los domingos por el barrio para decirle a la gente que no necesita esconderse tras el truco de la fe?
 








Doble moral



Clinton, Artaza, grandes diferencias y algunas semejanzas. Un hombre muestra algo y esconde otra cosa, ofrece una imagen pública que es muy distinta de su verdad privada. ¿Está mal? No podemos afirmar que el modo correcto de vivir sea el de mostrarse completamente a la vista de los demás, y menos aun que esto sea posible o que haya alguien que viva de esa forma. La intimidad, ese escenario complejo de intensidad personal que uno va armando con arte a lo largo del tiempo, no debe guiarse por esa exigencia de traslucidez, sino más bien lo contrario. En esa zona privada hay cierto nivel de creatividad que sólo allì es posible, uno no está encarnando el ejemplo de ser humano universal, uno es sólo alguien que trata de vivir lo mejor que sabe y puede. La misma idea de que las cosas que dos adultos que consienten hacen con sus cuerpos es cosa de ellos debe llevarnos a entender que la forma en la que las personas diseñan su mundo personal debe ser respetada.
No está bien traicionar al conyugue, podríamos decir, como idea general, y estaríamos todos de acuerdo. Pero tampoco debemos a partir de allí tomar la actitud sencillista de censurar a quien lo hace, porque desconocemos todo de la vida íntima en la que tal hecho sucede. ¿Era un buen matrimonio? ¿La infidelidad representa en su caso la huída de una relación que funcionaba, la desesperada búsqueda de una intimidad plena porque se carecía de ella, una desviación sensual innecesaria y dañina, un paso de crecimiento en una persona sometida a los límites de otra a la que usó como bastón, el recurso de alguien que no sabe qué hacer con su vida para sentir emociones, una venganza? Las posibilidades son muchas. La opinión pública no debería lanzarse con saña sobre los casos visibles de personas que viven las mismas complejidades de la vida afectiva que vivimos todos. No es correcto que se le pida a los representantes públicos algo que ningún ser humano puede dar. Mejor es que la sociedad -por suerte podemos reconocer que en gran medida así sucede-, entienda que la vida de sus hombres públicos está sometida a los mismos movimientos sísmicos a los que están sometidas todas nuestras vidas.
Otro problema se plantea cuando la persona que oculta algo pretende tener una representación moral o política extremadamente pura, poniéndose en el lugar de oficiante de una severidad extrema. Es evidente que resulta escandaloso que un pastor o un político moralista sostenga públicamente la necesidad de la fidelidad conyugal y sea descubierto con una amante o una puta, o que se pronuncie en contra de las drogas y luego haya evidencia de que consume cocaína. Pero no todo político o representante moral lo es de una posición tan estricta o severa. Se puede perfectamente ser diputado o presidente, cumplir con eficiencia la tarea, y además tener una amante o tener un trato liberal con la bebida.
Los golpes de realismo que los casos que llaman la atención de la opinión pública nos imponen son golpes valiosos y positivos. Hay en ellos un aspecto escandaloso, que todos en realidad disfrutamos más de lo que estamos dispuestos a admitir, pero hay también un aspecto pedagógico, y es el que resulta socialmente util. Estamos aprendiendo a entender qué importa y qué no, en un hombre público, y a no buscar como valor en una figura pública a la falsedad con la que pretenda representar una formalidad imposible en un ser humano.
Y también estamos aprendiendo a entender que nadie es perfecto, o que la idea de perfección es errada, y que tampoco nosotros tenemos por qué estar a salvo de los terremotos personales. La moral extrema no es buena consejera, porque fomenta los fanatismos y con ellos siempre aparecen los peores momentos tanto personales como sociales.
Prefiero hombres públicos a los que se les ve la hilacha, cuando se trata de una hilacha humana, antes que hombres públicos que se quieren intachables y perfectos. Por otra parte, los puros suelen ser los peores. No es necesario que finjamos ser los que no somos, en todas partes se cuecen habas. Mejores que las sociedades moralistas, son las sociedades vitales y libres.
 





http://www.bienvenidosami.com.ar/v2/articulos/2007_7Dias_DobleMoral.html


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