febrero 26, 2012

JUANA SEYMOUR





Juana Seymour


Juana Seymour, Tercera Esposa de Enrique VII : Otra vez entre las bellas jóvenes que formaban la corte de honor de sus reinas fue a buscar Enrique VIII su nueva esposa. Y la elección recayó en Juana Seymour, (1509-1537) no una de las más lindas del conjunto pero parece ser que sí la más simpática y bondadosa, la que había sido dama de honor de Ana Bolena y, anteriormente, de Catalina de Aragón. Se dice que antes de la muerte de la reina Ana Bolena en el cadalso, Juana y Enrique eran amantes. Lo cierto es que, antes de que transcurrieran dos semanas de ese ajusticiamiento, la pareja se casó en el palacio de Hampton Court, la hermosa e imponente residencia que el canciller Wolsey había regalado al rey para reconquistar su favor. Juana Seymour fue la única mujer de la que Enrique estuvo verdaderamente enamorado y solamente cuya muerte pareció demostrar un pesar verdaderamente profundo. Los reyes Enrique y Juana se instalaron en el suntuoso palacio en el que habían efectuado su boda y sin duda pasearían su felicidad por los extensísimos jardines donde florecían por cientos los rosales o reirían recorriendo con las hijas del rey el laberinto vegetal que hasta hoy se conserva. Y hasta podemos creer que se divirtieran con las partidas de tenis jugadas en esa residencia. en la cancha de tenis más antigua del mundo. Ese palacio estilo Tudor se hallaba situado en el hermoso valle del río Lug, afluente del Támesis por el que se podía ir navegando hasta Londres. Acompañados por las princesas María e Isabel. pues la reina había logrado que volvieran a formar parte de la corte, y las trataba de Lady, como para borrar la designación de bastardas con que se las conocía por culpa de su propio padre. Traté a ambas jóvenes no sólo como damas nobles, sino que tuvo para con ellas una relación amistosa y a veces casi maternal, acercándolas al soberano del que hacía casi diez años que se hallaban distanciadas.Sobre todo, se entendió muy bien con María, que era católica como ella y mantenía casi siempre junto a sí en la corte, cosa extraña en el trato entre una reina y una hijastra y, más aún. considerada bastarda. La identidad religiosa de su esposa y de su hija muchas veces disgustaba al rey, sin embargo al hallarse enamorado de la una y satisfecho de la reconciliación con la otra, soportaba la situación. Cuando la reina quedó grávida. María fue enviada al palacio de Hudson, pero ambas se mantenían unidas por medio de frecuentes cartas y el envío de regalos por ambas partes. Juana enviaba a María, que gustaba del lujo. joyas y presentes de valor además de rosas de los jardines reales, y la joven le correspondía enviándole, entre otros presentes pepinos frescos, frutos de la preferencia de la embarazada. Juana dio a luz el 12 de octubre de 1537, en su suntuoso dormitorio de Hampton Court, a un hijo al que se llamó Eduardo, lo que colmé de júbilo a Enrique, pues con ello se había logrado el ansiado heredero del trono. Pero esta felicidad duró poco. Apenas doce días después, la reina Juana moría, según se dijo a causa de una fiebre puerperal, lo que era muy común en la época o, según supusieron algunos, envenenada por los miembros del clan enemigo de su encumbrada casa de la que en pocos años casi nada quedaría. La princesa María, muy apenada por su muerte, presidié el cortejo mortuorio, a pedido del rey que se hallaba invadido por profunda tristeza, y lo hizo toda enlutada y montada en un negro corcel. Su hijo llegó a ser rey de Inglaterra y de Irlanda a la edad de nueve años, con el nombre de Eduardo VI. y bien recibido por el pueblo por ser “hijo de la simpática Juana”, pero, además de muy niño, débil y enfermizo, apenas fue soberano nominalmente. El regente, su ambicioso tío Eduardo Seymour, y sus favoritos, se encargaron de gobernar por él y, además, de saquear en parte el Tesoro Real que se había engrosado con la confiscación de los bienes eclesiásticos católicos.Dos hermanos de Juana acabaron su vida en e! patíbulo, decapitados por sus intentos de llegar al poder por cualquier medio. Y de la pobre Juana, que había pasado brevemente por la dinastía como una figura borrosa, no quedé ni el retrato. Tanto ella como Enrique habían sido retratados por el gran pintor Hans Holbein, pero mientras el del rey aún hoy perdura y es admirado, el de Juana se quemé totalmente en un incendio de palacio. Pero se dice que, hasta nuestros días, no ha dejado de aparecer su fantasma vagando por los corredores de Hampton Court y llevando en la mano un candelero con una vela encendida. Por suerte para Inglaterra el reinado de Eduardo VI duró muy poco y, tras su deceso, fue elegida reina la princesa María, que había sido reconocida como legítima por Enrique ante el Parlamento. y que fue conocida por los protestantes, en su reinado. como María la Sanguinaria.

DE:EL TEMPLO DE LAS MUJERES:MUJERES DE ENRIQUE VIII.-

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